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.Pero las sólidas fortificaciones, respaldadas por una guarnición biendotada y la inevitable artillería compuesta de catapultas de diferentestipos y ballestas lanzapiedras, compensaban la falta de grandeza de laciudad.Su guarnición era adecuada para resistir un estado de sitio, perono lo suficiente como para realizar patrullas en gran escala.En cadaocasión en que la visitaba algún dignatario, como por ejemplo Guyde Lusignan, el conde Joscelyn o Reinaldo de Chátillon, se prepa-raba para impresionar a sus huéspedes.Por todas partes, a lo largode sus cortas y angostas callejuelas, se colgaban banderas y bande-138 139rines, y las tabernas y pequeños figones sacaban lo mejor que tení-an para agasajar a los visitantes.Sin embargo, Tiberias era un remanso para la vida social e inclu-so la visita de una patrulla de templarios era una ocasión memorable.Belami se sorprendió al ser invitado, junto con sus jóvenes servido-res, a cenar con la princesa Eschiva y su sobrina, lady Elvira, en com-pañía de los oficiales de la guarníclon.Cuando se presentaron, después de una rápida ducha bajo laaguatocha del cuartel, se pusieron los uniformes de templarios, perolos tres llevaban jupons limpios, la ropa interior que conservaban paracambiarse las prendas manchadas de sudor.Habían frotado las mallasde acero con arena hasta sacarles brillo, pues la herrumbre no era pro-72blema en un clima tan seco.Sólo cerca de las playas del salado marMuerto se aherrumbraban las armaduras o las armas de los cruzados.Los tres servidores templarios ofrecían un aspecto impresionan-te con sus cascos en el hueco del brazo izquierdo, las capuchas decota de malla echadas hacia atrás y las largas sobrevestas negras de laOrden luciendo la Cruz de los Templarios.-Princesa, os traigo saludos de Robert de Barres, mariscal delos templarios en Acre -dijo Belami con su sonora voz-.Os ruegoque aceptéis este humilde presente de dulces, de parte del servidorD' Arlan de los hospitalarios.El veterano indicó a Simon que se adelantara con el regalo.Cuando el normando ofreció el cofre de mimbre que contenía elRahat Lacoum, los dulces de los turcos aromatizados con cítricos yagua de rosas, conocidos como «Delicias», lady Elvira le dirigió unamirada de admiración.La princesa Eschiva, cuyo aburrimiento seacentuaba por la ausencia del marido, también les favoreció con unaseductora sonrisa en los labios generosos.Estaba bien conservaday aún era atractiva, con una figura rotunda que competía con su ros-tro sensual, que en un tiempo había sido muy bello.Aún a los cua-renta y cinco años, aquella notable mujer lograba que el pulso deun hombre se acelerara en su presencia.Lady Elvira era más alta que su tía, y sus clásicas facciones que-daban enmarcadas por una abundante cabellera, que había adquiri-do un brillo bronceado bajo el continuo cepillado.Sus ojos eran sor-prendentes, con motas doradas centelleando en el fondo del iriscastaño oscuro.A Simon le recordaron una rara piedra preciosa queel viejo padre Ambrose le había mostrado una vez.Un crisoberilo, lehabía dicho que era.El mismo tono tornasolado parecía brillar en losojos de lady Elvira.Simon se sintió turbado por ellos.En cuanto aPierre, se había enamorado de ella al cabo de una hora de haberla vis-to por primera vez.Una ojeada a la cara de Pierre le dijo a Belami lo que le estabasucediendo a su joven camarada.El veterano tomó mentalmente notade decirle que era una locura enamorarse de alguien de rango máselevado que el propio.Pierre era un servidor; Elvira, la hija de un con-de.No obstante, les estaba reservada una sorpresa.Una sirvienta jovial de pronta sonrisa llamó la atención de Belami.El viejo guerrero comprendió que no dormiría solo en Tiberias.La princesa Eschiva tenía infinidad de preguntas sobre Europa,que iban desde lo que vestían las damas en la corte del rey Luis has-ta qué nuevos platos se servían en la casa real.La dama senescal teníaentendido que los servidores habían llegado recientemente de París,por lo que presumía que ellos debían de conocer algunas de las res-puestas.Ni Belami ni Simon pudieron ofrecerle información sobre aque-llos temas aparentemente vitales, pero, para sorpresa de sus compa-ñeros, Pierre de Montjoie si que pudo hacerlo.De hecho, resultó seruna fuente impresionante de conocimientos sobre la etiqueta, el com-portamiento, la cocina y las intrigas de la corte.Después de dos vasosde buen vino francés, Pierre se superó a si mismo.Ni Simon ni Belami se habían mostrado dispuestos a hablar desus respectivas familias, de modo que hasta entonces Pierre tambiénse mantuvo reticente a hablar de la suya.Ahora, de pronto, todo salíaa borbotones de sus alegres labios.-Los De Montjoie son la rama franca de nuestra familia, queprocede originalmente de Santiago, en España -explicó-.El castí-ll0 cercano a Jerusalén, llamado Cháteau Montjoie, fue construidorecientemente por un tío mío.Belamí y Simon contemplaban a su camarada con estupefacciónmientras él seguía diciendo:-Yo me crié en la corte francesa, donde mi padre, el conde Denisde Montjoie, es consejero sobre asuntos españoles.El motivo por el140 141que me alisté como cadete en el Cuerpo de Servidores en Gisors esmuy simple.Me peleé con mi padre, y él me desheredó.73Los invitados al banquete estaban fascinados por las palabras dePierre.-Todo empezó porque mi hermana menor, Berenice, debía des-posarse con un caballero riquísimo, Albert de Valois.El tiene casisesenta años y es viudo por partida doble.Mi hermana sólo teníaentonces doce años.»La pobre Berenice estaba aterrada, huyó y vino a yerme, pararogarme que la ocultara.A mí, Valois, que es un libertino, me desa-gradaba profundamente, así que llevé a Berenice a casa de una ami-ga mía de la infancia, la princesa Berengaria, que para ese entoncessólo tenía catorce años, pero era muy inteligente para su edad.Berengaria de Navarra es una joven maravillosa.En seguida supo quéhacer y le pidió ayuda a la reina Leonor de Aquitania, la esposa delrey Enrique de Inglaterra
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