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.Ya, en esto, estaba aderezada la cena, y todos se sentaron a la mesa, eceto elcautivo y las señoras, que cenaron de por sí en su aposento.En la mitad de lacena dijo el cura:-Del mesmo nombre de vuestra merced, señor oidor, tuve yo una camarada enCostantinopla, donde estuve cautivo algunos años; la cual camarada era uno delos valientes soldados y capitanes que había en toda la infantería española,pero tanto cuanto tenía de esforzado y valeroso lo tenía de desdichado.-Y ¿cómo se llamaba ese capitán, señor mío? -preguntó el oidor.-Llamábase -respondió el cura- Ruy Pérez de Viedma, y era natural de un lugar delas montañas de León, el cual me contó un caso que a su padre con sus hermanosle había sucedido, que, a no contármelo un hombre tan verdadero como él, lotuviera por conseja de aquellas que las viejas cuentan el invierno al fuego.Porque me dijo que su padre había dividido su hacienda entre tres hijos quetenía, y les había dado ciertos consejos, mejores que los de Catón.Y sé yodecir que el que él escogió de venir a la guerra le había sucedido tan bien queen pocos años, por su valor y esfuerzo, sin otro brazo que el de su muchavirtud, subió a ser capitán de infantería, y a verse en camino y predicamento deser presto maestre de campo.Pero fuele la fortuna contraria, pues donde lapudiera esperar y tener buena, allí la perdió, con perder la libertad en lafelicísima jornada donde tantos la cobraron, que fue en la batalla de Lepanto.Yo la perdí en la Goleta, y después, por diferentes sucesos, nos hallamoscamaradas en Costantinopla.Desde allí vino a Argel, donde sé que le sucedió unode los más estraños casos que en el mundo han sucedido.De aquí fue prosiguiendo el cura, y, con brevedad sucinta, contó lo que conZoraida a su hermano había sucedido; a todo lo cual estaba tan atento el oidor,que ninguna vez había sido tan oidor como entonces.Sólo llegó el cura al puntode cuando los franceses despojaron a los cristianos que en la barca venían, y lapobreza y necesidad en que su camarada y la hermosa mora habían quedado; de loscuales no había sabido en qué habían parado, ni si habían llegado a España, ollevádolos los franceses a Francia.Todo lo que el cura decía estaba escuchando, algo de allí desviado, el capitán,y notaba todos los movimientos que su hermano hacía; el cual, viendo que ya elcura había llegado al fin de su cuento, dando un grande suspiro y llenándoselelos ojos de agua, dijo:-¡Oh, señor, si supiésedes las nuevas que me habéis contado, y cómo me tocan tanen parte que me es forzoso dar muestras dello con estas lágrimas que, contratoda mi discreción y recato, me salen por los ojos! Ese capitán tan valeroso quedecís es mi mayor hermano, el cual, como más fuerte y de más altos pensamientosque yo ni otro hermano menor mío, escogió el honroso y digno ejercicio de laguerra, que fue uno de los tres caminos que nuestro padre nos propuso, según osdijo vuestra camarada en la conseja que, a vuestro parecer, le oístes.Yo seguíel de las letras, en las cuales Dios y mi diligencia me han puesto en el gradoque me veis.Mi menor hermano está en el Pirú, tan rico que con lo que haenviado a mi padre y a mí ha satisfecho bien la parte que él se llevó, y aundado a las manos de mi padre con que poder hartar su liberalidad natural; y yo,225ansimesmo, he podido con más decencia y autoridad tratarme en mis estudios yllegar al puesto en que me veo.Vive aún mi padre, muriendo con el deseo desaber de su hijo mayor, y pide a Dios con continuas oraciones no cierre lamuerte sus ojos hasta que él vea con vida a los de su hijo; del cual memaravillo, siendo tan discreto, cómo en tantos trabajos y afliciones, oprósperos sucesos, se haya descuidado de dar noticia de sí a su padre; que si éllo supiera, o alguno de nosotros, no tuviera necesidad de aguardar al milagro dela caña para alcanzar su rescate.Pero de lo que yo agora me temo es de pensarsi aquellos franceses le habrán dado libertad, o le habrán muerto por encubrirsu hurto.Esto todo será que yo prosiga mi viaje, no con aquel contento con quele comencé, sino con toda melancolía y tristeza.¡Oh buen hermano mío, y quiénsupiera agora dónde estabas; que yo te fuera a buscar y a librar de tustrabajos, aunque fuera a costa de los míos! ¡Oh, quién llevara nuevas a nuestroviejo padre de que tenías vida, aunque estuvieras en las mazmorras másescondidas de Berbería; que de allí te sacaran sus riquezas, las de mi hermano ylas mías! ¡Oh Zoraida hermosa y liberal, quién pudiera pagar el bien que a unhermano hiciste!; ¡quién pudiera hallarse al renacer de tu alma, y a las bodas,que tanto gusto a todos nos dieran!Estas y otras semejantes palabras decía el oidor, lleno de tanta compasión conlas nuevas que de su hermano le habían dado, que todos los que le oían leacompañaban en dar muestras del sentimiento que tenían de su lástima.Viendo, pues, el cura que tan bien había salido con su intención y con lo quedeseaba el capitán, no quiso tenerlos a todos más tiempo tristes, y así, selevantó de la mesa, y, entrando donde estaba Zoraida, la tomó por la mano, ytras ella se vinieron Luscinda, Dorotea y la hija del oidor.Estaba esperando elcapitán a ver lo que el cura quería hacer, que fue que, tomándole a él asimesmode la otra mano, con entrambos a dos se fue donde el oidor y los demáscaballeros estaban, y dijo:-Cesen, señor oidor, vuestras lágrimas, y cólmese vuestro deseo de todo el bienque acertare a desearse, pues tenéis delante a vuestro buen hermano y a vuestrabuena cuñada.Éste que aquí veis es el capitán Viedma, y ésta, la hermosa moraque tanto bien le hizo.Los franceses que os dije los pusieron en la estrechezaque veis, para que vos mostréis la liberalidad de vuestro buen pecho.Acudió el capitán a abrazar a su hermano, y él le puso ambas manos en los pechospor mirarle algo más apartado; mas, cuando le acabó de conocer, le abrazó tanestrechamente, derramando tan tiernas lágrimas de contento,que los más de losque presentes estaban le hubieron de acompañar en ellas.Las palabras queentrambos hermanos se dijeron, los sentimientos que mostraron, apenas creo quepueden pensarse, cuanto más escribirse.Allí, en breves razones, se dieroncuenta de sus sucesos; allí mostraron puesta en su punto la buena amistad de doshermanos; allí abrazó el oidor a Zoraida; allí la ofreció su hacienda; allí hizoque la abrazase su hija; allí la cristiana hermosa y la mora hermosísimarenovaron las lágrimas de todos.Allí don Quijote estaba atento, sin hablar palabra, considerando estos tanestraños sucesos, atribuyéndolos todos a quimeras de la andante caballería
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