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.»CIPIÓN.-Es eso tan verdad, que me acuerdo haber oído decir a unamo que tuve de bonísimo ingenio que al famoso griego llamadoUlises le dieron renombre de prudente por sólo haber andadomuchas tierras y comunicado con diversas gentes y variasnaciones; y así, alabo la intención que tuviste de irte donde tellevasen.BERGANZA.-«Es, pues, el caso que el atambor, por tener con quémostrar más sus chacorrerías, comenzó a enseñarme a bailar alson del atambor y a hacer otras monerías, tan ajenas de poder 29aprenderlas otro perro que no fuera yo como las oirás cuando te lasdiga.»Por acabarse el distrito de la comisión, se marchaba poco a poco;no había comisario que nos limitase; el capitán era mozo, pero muybuen caballero y gran cristiano; el alférez no hacía muchos mesesque había dejado la Corte y el tinelo; el sargento era matrero ysagaz y grande arriero de compañías, desde donde se levantanhasta el embarcadero.Iba la compañía llena de rufianeschurrulleros, los cuales hacían algunas insolencias por los lugaresdo pasábamos, que redundaban en maldecir a quien no lo merecía.Infelicidad es del buen príncipe ser culpado de sus súbditos por laculpa de sus súbditos, a causa que los unos son verdugos de losotros, sin culpa del señor; pues, aunque quiera y lo procure nopuede remediar estos daños, porque todas o las más cosas de laguerra traen consigo aspereza, riguridad y desconveniencia.»En fin, en menos de quince días, con mi buen ingenio y con ladiligencia que puso el que había escogido por patrón, supe saltarpor el Rey de Francia y a no saltar por la mala tabernera.Enseñóme a hacer corvetas como caballo napolitano y a andar a laredonda como mula de atahona, con otras cosas que, si yo notuviera cuenta en no adelantarme a mostrarlas, pusiera en duda siera algún demonio en figura de perro el que las hacía.Púsomenombre del "perro sabio", y no habíamos llegado al alojamientocuando, tocando su atambor, andaba por todo el lugar pregonandoque todas las personas que quisiesen venir a ver las maravillosasgracias y habilidades del perro sabio en tal casa o en tal hospital lasmostraban, a ocho o a cuatro maravedís, según era el pueblogrande o chico.Con estos encarecimientos no quedaba persona entodo el lugar que no me fuese a ver, y ninguno había que no salieseadmirado y contento de haberme visto.Triunfaba mi amo con lamucha ganancia, y sustentaba seis camaradas como unos reyes.La codicia y la envidia despertó en los rufianes voluntad dehurtarme, y andaban buscando ocasión para ello: que esto delganar de comer holgando tiene muchos aficionados y golosos; poresto hay tantos titereros en España, tantos que muestran retablos,tantos que venden alfileres y coplas, que todo su caudal, aunque levendiesen todo, no llega a poderse sustentar un día; y, con esto, losunos y los otros no salen de los bodegones y tabernas en todo elaño; por do me doy a entender que de otra parte que de la de susoficios sale la corriente de sus borracheras.Toda esta gente es 30vagamunda, inúti[l] y sin provecho; esponjas del vino y gorgojos delpan.»CIPIÓN.-No más, Berganza; no volvamos a lo pasado: sigue, quese va la noche, y no querría que al salir del sol quedásemos a lasombra del silencio.BERGANZA.-Tenle y escucha.»Como sea cosa fácil añadir a lo ya inventado, viendo mi amo cuánbien sabía imitar el corcel napolitano, hízome unas cubiertas deguadamací y una silla pequeña, que me acomodó en las espaldas,y sobre ella puso una figura liviana de un hombre con una lancillade correr sortija, y enseñóme a correr derechamente a una sortijaque entre dos palos ponía; y el día que había de correrla pregonabaque aquel día corría sortija el perro sabio y hacía otras nuevas ynunca vistas galanterías, las cuales de mi santiscario, como dicen,las hacía por no sacar mentiroso a mi amo.»Llegamos, pues, por nuestras jornadas contadas a Montilla, villadel famoso y gran cristiano Marqués de Priego, señor de la casa deAguilar y de Montilla.Alojaron a mi amo, porque él lo procuró, en unhospital; echó luego el ordinario bando, y, como ya la fama se habíaadelantado a llevar las nuevas de las habilidades y gracias del perrosabio, en menos de una hora se llenó el patio de gente.Alegróse miamo viendo que la cosecha iba de guilla, y mostróse aquel díachacorrero en demasía.Lo primero en que comenzaba la fiesta eraen los saltos que yo daba por un aro de cedazo, que parecía decuba: conjurábame por las ordinarias preguntas, y cuando él bajabauna varilla de membrillo que en la mano tenía, era señal del salto; ycuando la tenía alta, de que me estuviese quedo.El primer conjurodeste día (memorable entre todos los de mi vida) fue decirme: ''Ea,Gavilán amigo, salta por aquel viejo verde que tú conoces que seescabecha las barbas; y si no quieres, salta por la pompa y elaparato de doña Pimpinela de Plafagonia, que fue compañera de lamoza gallega que servía en Valdeastillas.¿No te cuadra el conjuro,hijo Gavilán? Pues salta por el bachiller Pasillas, que se firmalicenciado sin tener grado alguno
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