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.—Gracias.—¿Adónde? ¿De vuelta a casa? —preguntó él, metiendo la furgoneta en el tráfico de la Primera.—Ni siquiera sé ya dónde está eso —suspiró ella.Simon la miró de reojo.—¿Sintiendo lástima de ti misma, Fray?Su tono era burlón y tierno.Si ella miraba detrás de él, todavÃa podÃa ver las manchas oscuras del asiento trasero en el que habÃa yacido Alec, sangrando sobre el regazo de Isabelle.—SÃ.No.No lo sé —Volvió a suspirar, tirando de un rizo rebelde de cabello cobrizo—.Todo ha cambiado.Todo es diferente.A veces deseo que todo pudiera volver a ser como era antes.—Yo no —respondió Simon, ante su sorpresa—.¿Adónde vamos? Al menos dime si a la zona alta o al centro.—Al Instituto —respondió Clary—.Lo siento —añadió, cuando él efectuó un cambio de sentido terriblemente ilegal.La furgoneta, girando sobre dos ruedas, chirrió a modo de protesta.—DeberÃa habértelo dicho antes.—Ajá —replicó Simon—.No has vuelto allà aún, ¿verdad? No desde.—No, no desde —repitió Clary—.Jace me telefoneó y me contó que Alec e Isabelle estaban bien.Al parecer sus padres están regresando de Idris, ahora que alguien por fin les ha contado de una vez lo que realmente sucedió.Estarán aquà dentro de un par de dÃas.—¿Resultó raro, tener noticias de Jace? —preguntó Simon, con voz cuidadosamente neutral—.Quiero decir, desde que descubriste que.Su voz se apagó.—¿SÃ? —preguntó Clary, la voz cortante—.¿Desde que descubrà qué? ¿Que es un asesino transvertido que abusa sexualmente de los gatos?—No me sorprende que ese gato suyo odie a todo el mundo.—Vamos, cállate, Simon —replicó ella, enojada—.Sé a lo que te refieres, y no, no resultó raro.Nunca sucedió nada entre nosotros, de todos modos.—¿Nada? —repitió Simon, con la incredulidad patente en su tono.—Nada —repitió Clary con firmeza, echando un vistazo por la ventanilla para que él no viera cómo se le sonrojaban las mejillas.Pasaban ante una hilera de restaurantes, y vio el Taki's, brillantemente iluminado en la creciente oscuridad del crepúsculo.Doblaron la esquina justo cuando el sol desaparecÃa tras el rosetón del Instituto, inundando la calle situada abajo con una luz nacarina que sólo ellos podÃan ver.Simon paró frente a la puerta y apagó el motor, agitando nerviosamente las llaves en la mano.—¿Quieres que suba contigo?Ella vaciló.—No, deberÃa hacerlo yo sola.Vio cómo una expresión desilusionada aparecÃa en su rostro, pero se desvaneció en seguida.Simon, se dijo, habÃa crecido una barbaridad durante aquellas últimas dos semanas, igual que le habÃa sucedido a ella.Lo que estaba bien, puesto que no habrÃa querido dejarle atrás.Él era parte de ella, tanto como su talento para dibujar, el aire polvoriento de Brooklyn, la risa de su madre y su propia sangre de cazadora de sombras.—De acuerdo —accedió Simon—.¿Necesitarás que te lleve más tarde?Ella negó con la cabeza.—Luke me dio dinero para un taxi.¿Quieres pasarte mañana? —añadió—.PodrÃamos ver Trigun, preparar unas cuantas palomitas.No me irÃa mal pasar un buen rato en el sofá.Simon asintió.—Eso suena muy bien.Se inclinó hacia ella, y la besó ligeramente en el pómulo.Fue un beso tan suave como el revoloteo de una hoja, pero ella sintió un escalofrÃo en los huesos.Le miró.—¿Crees que fue una coincidencia? —preguntó.—¿Pienso que fue qué una coincidencia?—¿Que fuéramos a parar al Pandemónium la misma noche que Jace y los otros aparecieron por allà persiguiendo a un demonio? ¿La noche antes de que Valentine fuera en busca de mi madre?Simon negó con la cabeza.—No creo en coincidencias —dijo.—Yo tampoco.—Pero tengo que admitir —añadió él— que, coincidencia o no, resultó ser un incidente fortuito.—Los Incidentes Fortuitos —exclamó Clary—.Aquà tienes un nombre para una banda.—Es mejor que la mayorÃa de los que se nos han ocurrido —admitió Simon.—Apuesto a que sÃ.Saltó fuera de la furgoneta, cerrando la puerta de un portazo tras ella, y le oyó tocar el claxon mientras corrÃa por el sendero hacia la puerta situada entre las losas recubiertas de maleza y le saludaba con la mano sin volver la cabeza.El interior de la catedral estaba fresco y oscuro, y olÃa a lluvia y a papel mojado.Sus pisadas resonaron con fuerza sobre el suelo de piedra, y pensó en Jace en la iglesia de Brooklyn.«Puede que haya un Dios, Clary, y puede que no lo haya, pero no creo que tenga importancia.En cualquier caso, estamos solos.»En el ascensor se miró a hurtadillas en el espejo mientras la puerta se cerraba con un sonido metálico a su espalda.La mayorÃa de los moratones y arañazos se habÃan curado hasta resultar invisibles.Se preguntó si Jace la habÃa visto alguna vez con un aspecto tan remilgado como el de hoy: se habÃa vestido para acudir al hospital con una falda negra plisada, brillo de labios rosa y una blusa clásica con cuello marinero.Se dijo que parecÃa que tuviera ocho años.Tampoco importaba lo que Jace pensara sobre su aspecto, se recordó, ni en aquel momento ni nunca.Se preguntó si se comportarÃan alguna vez del modo en que lo hacÃan Simon y su hermana: con una mezcla de aburrimiento y cariñosa irritación.No conseguÃa imaginarlo.Oyó los sonoros maullidos antes de que la puerta del ascensor se abriera siquiera.—Hola, Iglesia —saludó, arrodillándose junto a la bola gris que se retorcÃa en el suelo—.¿Dónde está todo el mundo?Iglesia, que estaba claro que querÃa que le rascaran la barriga, farfulló ominosamente.Clary se rindió con un suspiro
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