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.Situado un poco más allá en la fila, Phil Croft tomó la palabra.—No os paréis si os sentÃs cansados, porque entonces no lo conseguiréis.Ocurra lo que ocurra, seguid adelante y no bajéis el ritmo.Podréis parar cuando alcancéis el campo de fútbol.Jack puso la mano sobre el picaporte de la puerta y esperó la señal.—¿Qué ocurrirá si no nos ven? —preguntó una mujer nerviosa y que por la voz parecÃa joven, situada en algún punto hacia el centro del grupo.Croft intentó vislumbrar su cara en la penumbra.CreÃa que su nombre era Sheri Newton.—¿Quién?—Los tÃos en la furgoneta, ¿qué ocurrirá si no nos ven llegar?Una oleada de conversaciones murmuradas se extendió a lo largo de la fila.—Entonces el primero que llegue a la furgoneta empezará a golpear la maldita ventanilla y a gritarles hasta que se den cuenta de lo que está pasando y muevan el maldito trasto, ¿de acuerdo? —contestó Cooper.—Pero ¿y si.?—No te preocupes por eso —la interrumpió—, nos verán.—Pero ¿y si no lo hacen? ¿Y si.?Cooper tuvo la sensación de que las preguntas que se lanzaban en su dirección sólo eran una táctica dilatoria.Las pasó por alto y le hizo un gesto a Jack.—Adelante —le indicó, su voz lo suficientemente alta para que todos la oyeran—, abre la puerta.Sabiendo que si dudaba perderÃa los nervios, Jack empujó hacia abajo el pomo y abrió la puerta.Junto con los supervivientes que se encontraban justo detrás de él, durante un momento se quedó completamente quieto y miró hacia la noche.El viento frÃo y la llovizna le golpearon la cara.PodÃa ver el campo de fútbol y la furgoneta bloqueando la entrada, pero en la oscuridad parecÃa estar a una distancia insuperable.Y aún peor, entre los vehÃculos y él veÃa cuerpos.ParecÃa que habÃa centenares de siluetas recortadas que ocupaban el espacio, arrastrando los pies, tambaleándose y cojeando.Inconfundibles con sus movimientos forzados y difÃciles, y por su determinación letárgica y amenazadora, y su persistencia obstinada, los más cercanos ya se habÃan vuelto y se estaban acercando rápidamente al edificio.—Vamos, Jack —gritó Cooper—.¡Muévete!Baxter empezó a correr de inmediato.Mientras habÃan estado a salvo en el interior, se habÃa preocupado por los demás, pero una vez fuera, corrió por la hierba y los senderos de asfalto en un aislamiento egoÃsta, interesado sólo en su propia supervivencia.Apartó de un golpe a un cuerpo de su camino, después a otro y otro más.Al cabo de unos segundos, el corazón le latÃa con fuerza en el pecho y los pulmones le quemaban.Otros segundos más y algunos de los supervivientes más jóvenes y en forma lo habÃan superado.La maldita furgoneta no parecÃa que estuviera más cerca.El resto de los supervivientes salieron a trompicones del edificio universitario, peleándose por pasar por la puerta.Cargados con sus pertenencias, se abrieron camino entre la multitud putrefacta y en movimiento.Hombres y mujeres, jóvenes y viejos, todos avanzaron juntos totalmente aterrorizados, rezando por pasar, asustados de que, si reducÃan el ritmo, serÃan engullidos por la masa en descomposición.Hacia el final del grupo, algunos de los hombres y mujeres más fuertes cargaban con los niños más pequeños.Los chillidos procedentes de un niño de dos años quedaban amortiguados por los gruñidos de esfuerzo y por los gemidos de miedo que emitÃa Erica Cárter, la mujer de mediana edad que se ocupaba de llevarlo a la espalda.Paul y Steve estaban sentados en la parte delantera de la furgoneta ajenos a lo que ocurrÃa.HabÃan pasado horas desde que se presentaron voluntarios, y la vigilancia de los vehÃculos habÃa resultado insoportable.Rodeados por los cadáveres que seguÃan allà desde los primeros ruidos y movimientos, y sin la menor idea de cuándo se pondrÃan en marcha los supervivientes, los dos hombres habÃan estado sentados juntos en completo silencio, sin atreverse a moverse o ni siquiera a hablar entre ellos.Sentado en el asiento del pasajero, Paul luchaba por mantener abiertos sus ojos cansados.La cabeza se le balanceó hacia delante al quedarse dormido, y se golpeó con el vidrio.Se enderezó de golpe y miró a través de la ventanilla.Le llevó un par de segundos darse cuenta de lo que estaba viendo.—Maldita sea.—¿Qué ocurre? —preguntó Steve, inmediatamente preocupado.—Oh, Dios santo —gimoteó—, vienen a por nosotros.—¿Qué?—Un montón de jodidos cuerpos —siguió gimiendo de forma patética—.Dios, Steve, vienen hacia la furgoneta
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