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.Gunnie no estaba lejos, y vi que volvía la cabeza hacia mí.Tampoco se había perdido la nave; en realidad estaba tan cerca que descubrí algúnque otro marinero en el cordaje.Tal vez seguíamos cayendo.Sin duda debíamosmovernos a gran velocidad, porque la propia nave parecía precipitarse ya de un mundo aotro.Pero esa velocidad era invisible, como desaparece el viento cuando un rápidojabeque se lanza al Océano de Urth antes de una tempestad.Derivábamos tanociosamente que de no haber confiado en Apheta y los jerarcas, yo habría temido que nollegáramos a la nave, y que nos perdiéramos eternamente en esa noche infinita.No fue así.Un marinero nos avistó, y lo vimos saltar de un camarada a otro, agitando lamano y haciendo señas, hasta que se juntaron para que las capas de aire se tocaran ypudiesen hablar.Luego uno de ellos, cargando un bulto, trepó a los saltos por un mástil próximo anosotros, hasta que encaramado al fin en el estribo del sobrejuanete, sacó del bulto unarco, y enseguida una flecha, y la disparó hacia nosotros desplegando una interminablelínea de plata no más gruesa que un bramante.La línea pasó entre los dos y yo intenté en vano alcanzarla, pero Gunnie tuvo mássuerte, y cuando consiguió acercarse a la nave, sacudió la línea como un cochero quehace restallar su látigo, creando entre ella y yo una larga onda que se movió como unacosa viva, y me acercó la línea hasta que pude agarrarla.Aunque durante mi temporada de pasajero y tripulante la nave no me había gustado,ahora la simple idea de volver a bordo me llenaba de placer.Tenía plena conciencia,mientras desde el palo recogían la línea, de que estaba lejos de haber completado mitarea, de que el Sol Nuevo no iba a llegar a menos que yo lo trajese, y de que trayéndolosería tan responsable de la destrucción que causara como de la renovación de Urth.Deigual manera todo el que trae un hijo al mundo ha de sentirse responsable de las fatigasde su mujer y acaso de su muerte, y con razón teme que al final el mundo lo condene conun millón de lenguas.Pero si bien sabía todo esto, mi corazón pensaba otra cosa.Pensaba que, por muchoque hubiera deseado triunfar, por muchos esfuerzos que hubiese hecho, yo habíafracasado; y que ahora se me permitiría reclamar el Trono del Fénix como lo habíareclamado en la persona de mi antecesor: reclamarlo y gozar de toda la autoridad y el lujoque comportara, y sobre todo de ese placer de impartir justicia y premiar el mérito que esla delicia última del poder.Y todo esto, además, liberado al fin del insaciable deseo de lacarne de las mujeres, que tantos sufrimientos nos había acarreado a mí y a ellas.Así el corazón se me desbocó de alegría, y descendí al titánico bosque de palos yvergas, a los continentes de velas plateadas, como un marino náufrago hubiera trepadodel mar a una costa ornada de flores, con ayuda de manos amistosas, y afirmado al fincon Gunnie en el estribo abracé al marinero como si fuese Roche o Drotte, seguro quesonriendo como un idiota cualquiera, y con él y sus compañeros salté de la driza al estay,no más circunspecto que ellos sino como si la violenta exaltación que sentía se meconcentrara, más que en el corazón, en los brazos y las piernas.Sólo cuando el salto final me puso en la cubierta descubrí que esos pensamientos noeran metáforas vanas.La pierna inválida, que tanto me había dolido cuando bajaba por elmástil después de arrojar el cofre de plomo con la crónica de mi vida temprana, no sólo nome dolía en absoluto sino que parecía tan fuerte como la otra.La fui palpando desde elmuslo hasta a la rodilla (con lo que Gunnie y los marineros creyeron que me la habíaherido) y encontré el músculo abundante y firme.Entonces salté de alegría, y saltando dejé la cubierta y a los demás muy abajo, y comola moneda que un tahúr lanza al aire, me entretuve dando una docena de vueltas.Perovolví a la cubierta ya tranquilo, porque mientras daba vueltas había visto una estrella másbrillante que las demás.XXIV - El capitánEn seguida nos llevaron abajo.Para ser franco, yo estaba contento.Es difícil deexplicar; tanto que siento la tentación de omitirlo.Pero sería fácil, se me ocurre, sólo conque volvierais a ser tan jóvenes como en otro tiempo.En la cuna, al principio, el niño no distingue entre su cuerpo y la madera que lo rodea olas telas en donde yace.O en todo caso su cuerpo le parece tan extraño como todo lodemás.Descubre un pie y le maravilla encontrarse con una parte tan rara de él mismo
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